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Periodismo de opinión en Reggio’s

Sobre la imposibilidad de vivir el presente, de Pedro G. Cuartango en El Mundo

TIEMPO RECOBRADO

Una de las características más notables de nuestro tiempo es la imposibilidad de vivir el presente. Esperamos el futuro porque el hoy nos resulta insoportable y esa exasperación genera una frustración permanente. Ya lo decía Pascal: «Nadie llega sin fe al objetivo que persigue incesantemente. Todos nos quejamos. Pero como no podemos conformarnos con el presente, estamos condenados a la decepción».

La decepción, la frustración, la imposibilidad de ser lo que somos se acentúa en el propio intento de escapar a esta maldición: cuanto más hacemos, más lejos nos sentimos de lo que perseguimos. Al volcarnos hacia el mundo, perdemos nuestra propia identidad. De ahí la necesidad del silencio y la reflexión. Mi experiencia personal es que cuanto más cosas intento llevar a cabo, cuantos más libros leo o cuantos más proyectos abarco, se agudiza esa sensación de que la vida se escurre como el agua entre las manos.

Ya no aspiro a esa entelequia que llamamos felicidad pero sí a un cierto equilibrio emocional que no renuncio a encontrar. Por eso, me ha impresionado mucho una entrevista del periódico Libération al filósofo francés Nicolas Grimaldi, que vive solitario en un faro en la bahía de San Juan de Luz.

«Me he sometido a una dura prueba al asumir la soledad, la separación, el abandono. Estoy solo en mi cama y siento que los otros están muy lejos, totalmente ajenos a mi vida. Pero siempre espero algo de ellos y, a cambio, yo podría darles la intensidad de mis sentimientos. Y pienso que hay dos formas de hacerlo: mediante el amor o el trabajo, que es la forma más delicada y discreta del amor», dice.

Grimaldi era catedrático de Historia de la Filosofía Moderna en la Sorbona de París, pero lo dejó todo hace varias décadas para irse a vivir a ese faro, que compró al Estado y rehabilitó para construir una austera vivienda y llevar sus libros. A lo largo de estos últimos años, Nicolas Grimaldi se ha dedicado a pintar, a escribir y a leer a Leibniz, Kant y Hegel.

«Sea lo que sea lo que el hombre ha perseguido y lo que ha conseguido, nada le contenta», dice Grimaldi, que ha acuñado el término drama de la conciencia, que es algo así como la percepción de las infinitas posibilidades que tiene el ser humano, lo que le hace incapaz de acomodarse al presente, una idea que le habría gustado a Spinoza.

Me da la sensación de que Grimaldi sí ha logrado escapar a esa maldición. Superada la vanidad de la acción, pecado capital de casi todos nosotros, este hombre ha conseguido el milagro de renunciar a curar sus heridas y de abandonarse al transcurso del tiempo sin agobiarse por el futuro. Eso ya es mucho en una sociedad obsesionada por el tener y que ha olvidado el ser.

Publicado por Reggio's

21 Septiembre, 2011, a las 7:17 am

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